Segunda narración
Lo de
siempre
La ciudad no era la más grande del
país, tampoco era la más limpia desde hacía algún tiempo, pero las grandes
montañas a su alrededor, el aire a primavera –si evitabas el smoke de las
avenidas- el verde que se alzaba en todas partes, era hermoso vivir allí,
incluso si mis padres estaban a más de mil kilómetros de distancia. Pero desde
hacía algún tiempo no era divertido estar allí, era la sensación de querer
llorar todo el tiempo, el no tener a mamá y papá para sentirme segura, la
incertidumbre del mañana, los mugrientos “tupamaros”, porque si no lo había
mencionado teníamos terroristas viviendo entre nosotros, motorizados
“malandros” que se encargaban de hacer el trabajo sucio de nuestro sucio
gobierno, ya saben, aporrear estudiantes y meterle miedo a la población… lo de
siempre. Ese día se realizó una asamblea, una horrible asamblea que nos dejó
peor que antes, y todo el transcurso del tiempo hasta la clase de la tarde tuve
ese nudo en la garganta, sabía que algo malo pasaría, no como si un horrible
“tupamaro” me pidiera una cita pero si como si fuera a llorar en un baño
público ante la expectativa por la mala situación. ¡Estaba llorando! Yo que
casi nunca lloraba –no me gustaba- pero no lo evité y derramé lágrimas amargas.
No me gustaba la en lo que nos convertíamos.
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