domingo, 7 de julio de 2013

La ciudad

Séptima narración


El enlace


El bus no parecía tener planeado pasar por mi parada esa mañana, tenía un parcial en menos de veinte minutos y la regla era; si llegas después del profesor pide perdón y suerte para la próxima –por supuesto era una exageración- lo peor era que vivía tan cerca de la universidad, solo debía caminar unas tres calles y pasar por un enlace hasta la avenida, cruzarla y entra a la facultad, pero el enlace era peligroso –decía la gente- quise ver la hora pero mi teléfono se había quedado en la cama, no regresaría por él. Me puse a caminar, pasé las tres calles, el bus no tenía ganas de pasar todavía, miré el enlace de reojo, llegaría tarde, lo sabía. Me eché a correr por la acera hasta estar a la mitad de camino, no había un alma, jadeé por el esfuerzo, desaceleré el paso y caminé con tranquilidad, recuperando el aliento, detrás de mí un bus pasó casi volando, gruñí para mis adentros y traté de caminar más rápido, seguía sin ver a nadie, faltaba poco para salir, pero entonces dos tipos feos se me pusieron en frente saliendo de la nada –de la nada no, había un camino de tierra a un lado- me miraron como solo los “malandros” y viejos verdes saben hacer, me retorcí en mi interior, sabía que venía después de eso, tragué con fuerza y esperé, uno sonrió dejando ver una amarilla dentadura el otro dejó escapar un sonido gutural ¡Asqueroso! El primero habló con la voz seseante, debía estar más borracho que un turista en la playa. Apenas entendí lo que decía, quería mi dinero y celular, el teléfono estaba a salvo pero los cincuenta bolívares en mi bolsillo no los volvería a ver, apreté los labios con disgusto y temblé sacando el dinero de mi bolsillo, el otro me repasó con la mirada –de arriba abajo- ¡Asqueroso! Lo tomó, sus ojos estaban rojos, se acercó un poco y respiró profundo, me quedé de piedra y contuve el aliento, el otro lo golpeó en el brazo y ambos se tambalearon, se gritaron y uno sacó un arma ¡Par de locos! El otro se echó hacia atrás buscando refugio en ningún lugar, no me podía mover ¿Por qué en esta tierra no me podía mover? Seguí observando el espectáculo con los ojos tan abiertos como platos, escuché el disparo, volvió a sonar, el de los ojos rojos se tambaleó y calló, el otro tropezó con sus pies pero se mantuvo estable antes de correr –ese no iba a buscar ayuda- me arrodille al lado del tipo ¿Estaría muerto? Tenía mi billete entre las manos retorcidas, escupió sangre y balbuceó cosas sin sentido ¿Qué hacía? Temblé de nuevo y traté de apoyarlo contra un muro bajo, se desvaneció entre mis brazos, lo terminé de apoyar, solté un gritico ahogado y me acerqué a su cuello, con los dedos preparados, entonces aflojó su mano y dejó caer mi billete sobre mis piernas, le tomé el pulso ¡No tenía! Tomé el billete y corrí hasta la facultad, la cabeza me daba vueltas, muchas vueltas. Crucé la avenida pitando, un carro casi me atropella y llegué con el vigilante, solo podía tartamudear, le conté lo más deprisa y marcó a emergencias, me senté en una banca, el hombre no dejaba de mirarme, aferré el billete entre mis manos y sentí la sangre sobre él, pero no podía dejar de apretarlo ¡Había presenciado un asesinato! Me sentía tan descompuesta en ese instante. La policía lo encontró muerto también y yo me desplomé como si no hubiera sabido nada. Estaba entumecida.

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